24.3.14

Che, n° 2

Che, en general el teatro se hace el canchero. Por inseguro; por desencontrado. El canchero intelectual, el canchero literario, transgresor, político, experimental, culto, artístico, loco, cool, independiente, multidisciplinario, multimedia, real, alternativo, inteligente, polémico, actual, artesanal, argentino, joven y cualquier otro argumento del que pueda agarrarse. Y le va bien, consigue adeptos, detractores y minas. Entonces el teatro cree que puede ser eso; y así es capaz de vivir por muchos años, fundamentalmente solo, y crispando sus recursos en un campeonato inconfesable.
Pero muy, muy, ocasionalmente, cuando el teatro no tiene que ganar ni perder , cuando sus ensayos son reuniones, cuando no tiene apuro, cuando no se debe a nada, cuando se anima a llamar con su cuerpo, a ofrecer allí sus velados encantos: el canchero abandona la publicidad, saca sus ideas de adelante, pone los actores al frente, se entrega y nos posee.
¡Viva el trágicamente escaso, esporádico, milagroso y verdadero teatro de los actores!
¡Gloria al cuerpo de Urdapilleta, el cuerpo de la fiesta de actuar, de la explicitación del deseo, y del sentido pleno de estar allí en cualquiera de los dos lados!