Che,
en general el teatro se hace el canchero. Por inseguro; por
desencontrado. El canchero intelectual, el canchero literario,
transgresor, político, experimental, culto, artístico, loco, cool,
independiente, multidisciplinario, multimedia, real, alternativo,
inteligente, polémico, actual, artesanal, argentino, joven y cualquier
otro argumento del que pueda agarrarse. Y le va bien, consigue adeptos,
detractores y minas. Entonces el teatro cree que puede ser eso; y así
es capaz de vivir por muchos años, fundamentalmente solo, y crispando
sus recursos en un campeonato inconfesable.
Pero muy, muy,
ocasionalmente, cuando el teatro no tiene que ganar ni perder , cuando
sus ensayos son reuniones, cuando no tiene apuro, cuando no se debe a
nada, cuando se anima a llamar con su cuerpo, a ofrecer allí sus velados
encantos: el canchero abandona la publicidad, saca sus ideas de
adelante, pone los actores al frente, se entrega y nos posee.
¡Viva el trágicamente escaso, esporádico, milagroso y verdadero teatro de los actores!
¡Gloria al cuerpo de Urdapilleta, el cuerpo de la fiesta de actuar, de
la explicitación del deseo, y del sentido pleno de estar allí en
cualquiera de los dos lados!